Un gringo callado

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Idea estructural para un cuento: rememoración de Acapulco, México, en 1963. Quizá narrado en primera persona. Aunque se base en personajes y hechos verídicos (así señalan las fuentes), tanto la psicología del personaje como el desenlace de la historia son mera ficción.

Un detective relata la forma en que se encuentra y entabla amistad con un extranjero que reside en México. El hombre que busca, según la investigación cuyo pago corre a cargo del Banco de México, resulta ser el famoso escritor B. Traven. Localiza a un hombre que, entonces, responde al nombre de Torsvan. Al indagar descubre otros alias usados por Torsvan, como Hal Croves y Traven Torsvan Croves (según el libro de Michael L. Baumann). Quizá sea prudente recordarle al lector que la identidad de B. Traven era un misterio mucho más seductor en aquellos días.

El detective sigue un paquete enviado por Upton Sinclair a Esperanza López Mateos, hermana del entonces Presidente de México, destinado a un tal Mr. B. Traven. Ella, a su vez, reenvía el paquete a Acapulco, a nombre de Torsvan. En este punto es interceptado por el detective, que presiente conocer la verdadera identidad de Torsvan. (Estos datos también pueden tergiversarse). Lo halla por primera vez en la oficina de correos de Acapulco: días antes había estado ahí preguntando por un hombre que respondiera a las señas conocidas del escritor, y un empleado sólo atinó a decir: “Hay uno parecido, sí. Es un gringo callado”.

Considerar la posibilidad de una nota explicativa: “Era muy común que el mexicano promedio llamara a toda persona con acento o facciones extranjeras llanamente ‘gringo’, sin importar que no fuese norteamericano.”

El detective finge encuentros espontáneos para ganarse lentamente la confianza del escritor. Se vuelven amigos, y Torsvan llega a invitarlo a cenar numerosas veces en compañía de su esposa, Rosa Elena Luján. El detective está obligado a informar mediante telegramas sobre sus avances. A nadie le ha instruido sobre sus descubrimientos pues necesita pruebas concretas que Torsvan es el mismo B. Traven. Y durante un tiempo se dedica a hacerle estratégicas y discretas preguntas, y a ojear un poco en la casa en busca de pruebas. Al mismo tiempo sigue enviando telegramas a la Ciudad de México sobre sus avances: “Contacto establecido”, “Sujeto con posibles resultados”, “Encuentro planeado con el gringo, preparo pruebas”, acaso otras oraciones similares que siempre indiquen la manera en que sigue las huellas.

Una noche el detective encuentra algunos textos que Torsvan descuidadamente deja sobre una mesa de trabajo, esto gracias a que es invitado a cenar a la casa del escritor y este, por obligada casualidad, ha salido un momento del estudio en que se encontraban platicando. Los textos son relatos en alemán y algunas traducciones al inglés realizadas por el propio Torsvan. El estilo de redacción sin duda, juzga el detective que no es un ignorante, es digno del propio B. Traven. Instantes después el detective husmea algunos documentos que dan indicios de su identidad. Es la prueba que hace falta. Se dispone a informar a la mañana siguiente de su hallazgo, de que ha localizado al famoso escritor, pero esa noche se queda a cenar en casa de Torsvan y juntos se emborrachan.

Torsvan, es decir, B. Traven, es un hombre culto que domina muchos temas, y durante la conversación ambos tocan el tema de la fama. Torsvan le comenta al detective que un hombre sólo es importante por ser un hombre, no por su vocación. De ahí hilvana un mensaje (como si hablara de otra persona) que le hace entender al detective porqué es mejor permanecer como un ser humilde e ignorado. De acuerdo con la conversación se sugiere que Torsvan ya sabe que el detective ha descubierto su identidad. Se puede añadir una meditación en boca del detective como:

“Por la forma en que hablaba de la necesidad de ser un hombre como cualquier otro, de vivir en paz, me pareció que este tal Torsvan, que tenía ante mí, ya sabía lo que yo acababa de descubrir. Quiero decir: me hablaba con la intención de hacerme entender la importancia de conservar su silencio, su vida ordinaria; eso era todo, sólo quería hacerlo parte de mi entendimiento, no de persuadirme a dejarlo en paz, y menos apelando a mis emociones como un chantaje. Ni en la víspera de su destape mundial, del peligro que yo representaba para su tranquilidad, él dejaba de ser lo que era: un ser humano congruente, fiel a sus ideas”.

El detective deja la casa de Torsvan y camina algo ebrio por las veredas de Acapulco. Siente un remordimiento porque, al informar la identidad de Torsvan, acabará con el deseo de paz de un hombre para satisfacer el morbo de cientos, quizá miles, de lectores. Camina por las calles meditando pues, aunque se trata de su trabajo, por primera vez ha sentido la honestidad de otro hombre y cree que algo debería retribuirle. Se le debe sugerir al lector que el detective entiende la obviedad moral del secreto, aunque todo acto y todo argumento (y por consiguiente todo recurso narrativo) debe inclinar discretamente a la inevitable y trágica conclusión de que será delatado y expuesto.

Al día siguiente, por la tarde, el detective toca a la puerta de Torsvan, nadie lo ha invitado pero trae entre sus manos una buena botella de whisky. El texto posiblemente puede terminar así:

“Torsvan me dejó entrar, sonriente pero solemne, tomó la botella entre sus manos y cerró la puerta tras de sí. Seguramente en ese momento, en la Ciudad de México, ya estaban recibiendo mi telegrama: “Objetivo erróneo. Regreso día martes. El sujeto es sólo un gringo callado”.

-Fabio Marco Iván

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