Las sombras de Elena Poniatowska

464562“Es enero y hace frío. Sólo se ven papeles arrugados y vidrios rotos”, escribe Luis González de Alba cerca del principio de Los días y los años. Mientras él, integrante del movimiento estudiantil de 1968, permanece preso en Lecumberri, una autora emergente se abre paso rápidamente en las letras y el periodismo nacional: Elena Poniatowska, Elenita, “La Poni”, la Princesa Roja que decidió simpatizar con las causas de los de abajo. Aquel que conoce a Elenita habla bien de ella: es amable, lista y carismática, de voz dulce y paciente. Hoy ya es una señora de respetable edad, también uno de los pilares de opinión y una de las plumas más defendidas por sus lectores. Pero cuando publicó el libro que la terminó por colocar en la boca de todos, La noche de Tlatelolco, Poniatowska aún era un mar de potencial creativo, un talento en bruto y, claro, con un tanto de ingenuidad.

Lo cierto es que Poniatowska se hizo de un halo de reconocimiento y popularidad. Se fue cobijando bajo las más oportunas esferas, entabló amistad con personalidades de distintas ramas de la cultura y, finalmente, podríamos decir que aquél que no ha leído a Elenita al menos puede verla ocasionalmente en televisión. Pero quizá, sólo quizá, su contribución a la cultura sólo no sea más que un desfile de papeles arrugados y vidrios rotos.

 En una conversación con dos académicas, del Colegio de México y de la UNAM, brotó una pregunta que terminó por convertirse en una desafortunada discusión: “¿Pero qué ha hecho en verdad Poniatowska por la literatura?” Justamente, unos días después, Elenita protagonizó el penoso episodio en que confundió un poema como autoría de Borges, obligando a la destrucción y posterior reimpresión del tiraje de Borges y México por parte de Random House Mondadori. Sigue leyendo